Doña Josefa Ortiz de Domínguez, Corregidora de Querétaro

 

Nació en 1768, en la ciudad de México. Desde muy pequeña perdió a sus padres, quedando bajo el amparo de su hermana, doña María Sotero Ortíz. Su padre era un capitán del regimiento llamado de los “Morados”, que murió en una acción de guerra. En 1789, a los 21 años de edad entró en la clase de porcionistas en el Colegio de San Ignacio o de las Vizcaínas, donde permaneció hasta 1791 en que fue sacada del colegio por don Miguel Domínguez, quien la conoció en una visita que hizo al establecimiento, y se enamoró de ella.

Ese mismo año se casó con el sr. Domínguez, marchando a Querétaro, donde él fungía como corregidor.

Siempre mostró doña Josefa un carácter extraordinariamente enérgico, al mismo tiempo que era caritativa y generosa, al extremo de auxiliar a los desamparados con sus bienes, y curar a los enfermos con sus propias manos. Quizá por ello abrazó las ideas de independencia de la Nueva España, para redimir a todos los olvidados del gobierno español, como eran los indios y las clases mestizas pobres. A ello contribuyó que el apuesto capitán Ignacio Allende, quien fuera uno de los principales promotores de la guerra de independencia, fuera novio y presunto esposo de una de las hijas del corregidor de Querétaro.

Con tal entusiasmo y fe abrazó la causa de la Independencia doña Josefa, que convenció a su esposo para que prestara su casa, con el objeto de que en ella se celebraran las juntas de los conspiradores. Y como si ello fuera poco, gastó la mayor parte de su fortuna en fomentar la insurrección. En aquél tiempo no se enseñaba a escribir a las mujeres, pues se decía que en esa forma se evitaba el que escribieran a sus novios o pretendientes; pero sí aprendían a leer, por lo que doña Josefa, que no sabía escribir o dibujar las letras, se ingeniaba recortando de los periódicos las letras, para formar con ellas palabras que pegaba en papeles, formando así los recados que enviaba a Allende y al cura Hidalgo, jefes visibles de la conspiración, comunicándoles los avisos que deberían conocer con oportunidad, a través de una cohetera que servía de correo.

Allende e Hidalgo habían señalado el 1º de octubre de 1810 para que estallara la insurrección armada contra el gobierno virreinal; pero el 11 de septiembre de ese año fue delatada la conspiración por el capitán Arias y el sargento Garrido; el 14 el virrey dio órdenes al corregidor Domínguez de que cateara la casa de don Epigmenio González, uno de los conspiradores, en busca de las armas que se decía estaban siendo almacenadas allí. Apenas supo la corregidora que la conspiración había sido descubierta, se apresuró a comunicar tal noticia a los jefes de la insurrección.

La noche del 13 de septiembre el corregidor, después de revelar a su esposa cuanto acontecía, en torno a la conspiración de independencia, la encerró con llave en sus habitaciones, temeroso de que hiciera algo que les comprometiera a todos, mientras él se disponía a catear al día siguiente la casa de don Epigmenio González; pero doña Josefa pudo comunicarse a través de la puerta cerrada con el alcalde de la cárcel, don Ignacio Pérez, que era de los conjurados, y con él mando avisar a Allende a San Miguel el Grande lo que acontecía. El 14 mandó la corregidora instar al capitán Arias para que se levantaran inmediatamente en armas; pero éste delató entonces también al corregidor y su esposa, que fueron apresados.

El corregidor fue remitido al convento de la Cruz y su esposa al monasterio de Santa Clara; aquél salió pronto de su prisión, porque el pueblo se amotinó, pidiendo su libertad, mientras que doña Josefa fue enviada a México, con una fuerte escolta. Fue internada en el convento de Santa Clara, donde estuvo recluida desde el año de 1813 hasta el año de 1817, en que se le puso en libertad bajo promesa de que nada haría en favor de la insurgencia. Agustín de Iturbide quizo hacerla dama de honor, de la emperatríz, su esposa; pero no aceptó tal honor, por no ser partidaria del Imperio. Vivió en la ciudad de México, y murió el 2 de marzo de 1829.